La siguiente parada fue Jaisalmer.
En medio de la planicie desértica del oeste de Rajastán se alza su imponente fuerte de piedra. Llama la atención desde la distancia, rodeado por la neblina que produce la arena del desierto en suspensión y que le da casi un aire de espejismo que surge de la nada.
Su interior es aún más sorprendente con sus callejuelas estrechas de piedra dorada y sus preciosos balcones labrados con delicados detalles. Parece tratarse de un lugar que se detuvo en el tiempo y que se conservo intacto por sus murallas. Bueno, casi intacto. De hecho tienen un problema a causa del mal estado del sistema de drenaje dentro del fuerte. Eso unido al volumen de turistas que recibe al año, con el consiguiente aumento del consumo de agua y, como no, a las lluvias del monzón, está haciendo que la ciudad dentro del fuerte se este hundiendo poco a poco. Por eso mismo recomiendan alojarse fuera de éste para no empeorar dicha situación.
Al poco de interactuar con la gente del lugar puede uno darse cuenta que uno de los motores de la economía del lugar son las empresas que realizan safaris por el "desierto" con camellos. En toda la ciudad, todo el mundo trata de venderte un estupendo camel safari de los días que quieras, durmiendo bajo las estrellas. Sobretodo en los hoteles intentan engancharte ofreciendote el alojamiento gratis si haces con ellos el safari.
En mi caso, ya en el autobús de camino a Jaisalmer, me ofrecieron un agradable y económico hotel con servicio de recogida gratuita. Utilizan la estrategia de subirse en los trenes y autobuses 100 o 200 kilometros antes para venderte su alojamiento y, una vez allí, que hagas con ellos el safari.Yo tuve la suerte (o la desgracia) de coincidir en dicho hotel con un americano al que le encantaba regatear y, después de acomodarnos cada uno en nuestra habitacion y recibir la charla informativa sobre la ruta "camellil", salimos a dar una vuelta por el fuerte y poder comparar precios.
Tras visitar dos empresas más de safari fuimos a una tercera que recomendaban en la guía Lonely Planet y tras un rato de "regateo a la americana" conseguimos lo que consideramos un buen precio, 600 rupias (8,57 €) por un safari que salía a las 9 de la mañana y nos traía de vuelta al día siguiente sobre la misma hora, con comida incluida, noche bajo las estrellas y un camello por persona. O como dicen ellos para dejar constancia de su calidad y de que no te tocará compartir camello: "one camel, one person".
La experiencia fue interesante. En aquel momento, el meneo sobre el camello y el golpeteo en el culo y la entrepierna eran matadores tras media hora de ruta. Pero despues te acostumbras.
El paisaje no era como uno se imagina el desierto. No se veían enormes dunas doradas de arena en las que la vista se pierde en el horizonte. Era más bien un paisaje árido con arbustos desperdigados, algunos pequeños árboles y, en la primera parte de la ruta, "plantaciones" como las de Tarifa de enormes molinos de viento.
Llevabamos cuatro guías indios. Ellos se encargaban de todo. Cuando paramos a comer a la sombra de unos árboles, desmontaron las sillas de los camellos para dejarles descansar y se pusieron a preparan la comida en un fuego improvisado en el suelo, con unas piedras como apoyo y cuatro ramas. No resultó muy sabrosa, ni la comida ni después la cena, pero resultaba interesante ver como lo preparaban y como podría ser su día a día en el desierto.
Después de comer nos echamos una siesta (parece ser que no es una costumbre sólo española) y proseguimos el camino. A la tarde, por fin, llegamos a la que parecía ser la única zona de dunas del lugar. Allí nos asentamos tras ver caer el sol, nos reunimos frente al fuego mientras los guías cocinaban.
Fue una noche agradable, de auténtico desierto sólo a medias puesto que apareció por allí un chico con un saco lleno de refrescos y cervezas casi fríos que, por lo que pude observar, suele venir a visitar a los grupos de turistas que vienen a pasar aquí la noche, porque debajo de un arbusto vi unas cuantas botellas vacías. Me imagino aquí a una amiga, Gl ;-) , que se volvería loca por ver lo poco que se ocupan aquí en la India de cuidar su entono.
Dormir bajo las estrellas con una esterilla y una manta fue muy bonito.
A la mañana, el desayuno a la inglesa con huevos hervidos y tostadas supo delicioso. Y vuelta al camello para regresar a Jaisalmer, bien ligeros, incluso al trote. El guía, delante mía, me brindaba de vez en cuando alguna canción rajastaní del desierto que adornaba el momento y lo hacia aún más especial. Incluso llegaba a hacerme olvidar el intenso golpeteo testicular del paso ligero que llevábamos.
Y ese mismo día, tras una ducha y un poco de descanso en la azotea del hotel que nos ofreció gratis la misma empresa del safari, y comer algo sabroso con una cervecita fresquita para reponer fuerzas y minerales, dejé Jaisalmer en dirección a Pushkar, de nuevo en un sleeper bus de de 11 horas, está vez con la suerte de que la ventana cerraba bien.