martes, 26 de febrero de 2013

Vuelta a Pushkar. Como en casa

Tras los días de ruta por Udaipur y Jaisalmer volví a de nuevo a Pushkar.
La sensación era de volver a un sitio conocido, acogedor, donde ya conoces a la gente. Además esta vez iba acompañado por dos chicos catalanes que conocí en el bus de Udaipur a Jaisalmer y con los que compartí también el safari en camello.
Lo que en principio iban a ser 2 o 3 días de estar allí para terminar todas las gestiones de la ropa y enviar los paquetes, se convirtieron en otras dos agradables semanas de reencuentro con amigos, conocer a otros nuevos (españoles, italianos, suizos, alemanes,...), y alguna que otra excursion por la zona.
Fuimos varios días a ver amanecer a un templo en lo alto de una montaña desde el que había una preciosa vista del valle, saliendo a las 5:30 de la mañana para poder llegar aún con oscuridad. Me encanto empezar así aquellos días.También hubo un par de días en los que alquilamos unas motos para hacer una ruta por la zona, como ya os adelante en algún capítulo anterior. Ahí descubrí otra nueva pasión gracias a la Royal Enfield. Me encanto la sensación, vibrante, "full power" como dicen en India. Para otra ocasión Ruta en Enfield por India y Nepal (abierto plazo de inscripción para interesados, jeje). En las rutas conocimos a varios Babas, uno de ellos estaba en un templo de Shiva. Te recibía para enseñártelo, te explicaba en hindi la historia (con lo que no te enterabas de nada), y luego te pedía la pasta. 100 rupias por cabeza nada menos. Al final le dimos 50 cada uno y pa'lante. En la otra ruta conocimos a uno que decía que llevaba 4 meses sólo a base de fumar maría y beber chai. Y al tío se le veía bien,eh.

Ya, por fin, estuvieron listos todos los encargos de la ropa y demás cositas chulas que ya os enseñare, y las envíe para casita.
Con el trabajo hecho y la tentación de seguir comprando cada día que pasaba de más, decidí que era buen momento para marchar y salir a conocer otros lugares de la increíble India. No sin la pena de tener que despedirme de Pushkar y, sobretodo, de Axel y Kuini, que tanto me habían ayudado y a los que sentía ya como familia.
Por delante tenía 19 horas de los emocionantes trenes indios, en sleeper class, y acompañado por los amigos catalanes y otro chico suizo que se uno a nosotros, en dirección a la ciudad sagrada de Varanasi.

viernes, 1 de febrero de 2013

Jaisalmer. La fortaleza del desierto.

La siguiente parada fue Jaisalmer.
En medio de la planicie desértica del oeste de Rajastán se alza su imponente fuerte de piedra. Llama la atención desde la distancia, rodeado por la neblina que produce la arena del desierto en suspensión y que le da casi un aire de espejismo que surge de la nada.
Su interior es aún más sorprendente con sus callejuelas estrechas de piedra dorada y sus preciosos balcones labrados con delicados detalles. Parece tratarse de un lugar que se detuvo en el tiempo y que se conservo intacto por sus murallas. Bueno, casi intacto. De hecho tienen un problema a causa del mal estado del sistema de drenaje dentro del fuerte. Eso unido al volumen de turistas que recibe al año, con el consiguiente aumento del consumo de agua y, como no, a las lluvias del monzón, está haciendo que la ciudad dentro del fuerte se este hundiendo poco a poco. Por eso mismo recomiendan alojarse fuera de éste para no empeorar dicha situación.

Al poco de interactuar con la gente del lugar puede uno darse cuenta que uno de los motores de la economía del lugar son las empresas que realizan safaris por el "desierto" con camellos. En toda la ciudad, todo el mundo trata de venderte un estupendo camel safari de los días que quieras, durmiendo bajo las estrellas. Sobretodo en los hoteles intentan engancharte ofreciendote el alojamiento gratis si haces con ellos el safari.
En mi caso, ya en el autobús de camino a Jaisalmer, me ofrecieron un agradable y económico hotel con servicio de recogida gratuita. Utilizan la estrategia de subirse en los trenes y autobuses 100 o 200 kilometros antes para venderte su alojamiento y, una vez allí, que hagas con ellos el safari.Yo tuve la suerte (o la desgracia) de coincidir en dicho hotel con un americano al que le encantaba regatear y, después de acomodarnos cada uno en nuestra habitacion y recibir la charla informativa sobre la ruta "camellil", salimos a dar una vuelta por el fuerte y poder comparar precios.
Tras visitar dos empresas más de safari fuimos a una tercera que recomendaban en la guía Lonely Planet y tras un rato de "regateo a la americana" conseguimos lo que consideramos un buen precio, 600 rupias (8,57 €) por un safari que salía a las 9 de la mañana y nos traía de vuelta al día siguiente sobre la misma hora, con comida incluida, noche bajo las estrellas y un camello por persona. O como dicen ellos para dejar constancia de su calidad y de que no te tocará compartir camello: "one camel, one person".
La experiencia fue interesante. En aquel momento, el meneo sobre el camello y el golpeteo en el culo y la entrepierna eran matadores tras media hora de ruta. Pero despues te acostumbras.
El paisaje no era como uno se imagina el desierto. No se veían enormes dunas doradas de arena en las que la vista se pierde en el horizonte. Era más bien un paisaje árido con arbustos desperdigados, algunos pequeños árboles y, en la primera parte de la ruta, "plantaciones" como las de Tarifa de enormes molinos de viento.
Llevabamos cuatro guías indios. Ellos se encargaban de todo. Cuando paramos a comer a la sombra de unos árboles, desmontaron las sillas de los camellos para dejarles descansar y se pusieron a preparan la comida en un fuego improvisado en el suelo, con unas piedras como apoyo y cuatro ramas. No resultó muy sabrosa, ni la comida ni después la cena, pero resultaba interesante ver como lo preparaban y como podría ser su día a día en el desierto.
Después de comer nos echamos una siesta (parece ser que no es una costumbre sólo española) y proseguimos el camino. A la tarde, por fin, llegamos a la que parecía ser la única zona de dunas del lugar. Allí nos asentamos tras ver caer el sol, nos reunimos frente al fuego mientras los guías cocinaban.
Fue una noche agradable, de auténtico desierto sólo a medias puesto que apareció por allí un chico con un saco lleno de refrescos y cervezas casi fríos que, por lo que pude observar, suele venir a visitar a los grupos de turistas que vienen a pasar aquí la noche, porque debajo de un arbusto vi unas cuantas botellas vacías. Me imagino aquí a una amiga, Gl ;-) , que se volvería loca por ver lo poco que se ocupan aquí en la India de cuidar su entono.
Dormir bajo las estrellas con una esterilla y una manta fue muy bonito.
A la mañana, el desayuno a la inglesa con huevos hervidos y tostadas supo delicioso. Y vuelta al camello para regresar a Jaisalmer, bien ligeros, incluso al trote. El guía, delante mía, me brindaba de vez en cuando alguna canción rajastaní del desierto que adornaba el momento y lo hacia aún más especial. Incluso llegaba a hacerme olvidar el intenso golpeteo testicular del paso ligero que llevábamos.

Y ese mismo día, tras una ducha y un poco de descanso en la azotea del hotel que nos ofreció gratis la misma empresa del safari, y comer algo sabroso con una cervecita fresquita para reponer fuerzas y minerales, dejé Jaisalmer en dirección a Pushkar, de nuevo en un sleeper bus de de 11 horas, está vez con la suerte de que la ventana cerraba bien.

Ruta por el Rajastán. Primera parada: Udaipur

Dado que tenía que esperar una semana a que me hicieran la ropa que había encargado en Pushkar decidí hacer una ruta y visitar algunas ciudades de las que había oído hablar muy bien. La idea era visitar Udaipur, Jodhpur y Jaisalmer.
Aprovechando que Soraya, una chica de Singapur que había conocido en el hotel, iba hacia Udaipur, me decanté por empezar por ahí y compartir algunos días de viaje con ella.
Reservamos unos billetes de sleeper bus y viajamos cada uno en una de esas cabinas-cama individuales durante toda la noche,  con unas ventanas correderas que intentaban, sin mucho éxito, mantenerse cerradas a pesar del traqueteo del bus producido por la infinidad de agujeros que hay en las "animadas" carreteras secundarias de la India.
Ya venía avisado de que, por culpa de la ventanas, se pasaba bastante frío en el bus así que me hice con una manta extra para el camino.Así fue. Con todo el meneo de los baches la ventana se iba deslizando levemente hasta abrirse una rajilla suficiente para dejarte helado.

Llegamos a primera hora de la mañana, a eso de la 5 y aún de noche, cuando la ciudad aún dormía. Decidimos pasear hasta que amaneciera, ver el sol salir y hacer tiempo hasta que abriera algún restaurante en el que poder desayunar con vistas al lago Pichola.
Nos encontramos con algún puesto callejero de chai con algunos madrugadores, o trasnochadores, no sabría decir. También con un buen grupito de niños que, al vernos por allí, se revolucionaron y vinieron a preguntarnos de donde eramos. Acto seguido nos pidieron que les diéramos unas rupias. Daba la impresión de que pasaban la noche merodeando y jugueteando por ahí.
Sentados al borde del canal de uno de los extremos del lago y charlando, enseguida se nos hizo de día y vimos una terraza en el ático de un hotel desde la que se adivinaban unas estupendas vistas del lago bañadas con un agradable solecito mañanero. Para allá que nos fuimos a desayunar.
Así fue, las vistas de la ciudad y del lago eran preciosas. Desde allí se percibía la elegancia de la ciudad,con el city palace imponente junto a la orilla y el blanco palacio de verano en el centro del lago. Algo de cierto tiene eso de que la comparen con la pequeña Venecia india.

El primer día fue para encontrar una habitación, descansar un poco, visitar el city palace y terminar el día cogiendo el teleférico que te sube hasta la cresta de una pequeña montaña que brinda las mejores vistas del lugar. Deliciosa guinda para terminar el día.

Entre todo esto, comentaros que llevaba unos días tocado de la tripa y que día si día no me iba por la pata abajo. Cualquier olor a comida espaciada india me revolvía el estómago por lo que opté por evitarla.
Después de un par de días bebiendo suero, empecé a retomar la comida poco a poco hasta volver a la normalidad. Desde entonces, adiós especias (que lástima, eh Marga).

Al día siguiente, ruta en barca por el lago y comida-cena en otro de sus  roof-top restaurants (áticos) con espléndidas vistas para despedirme de la ciudad y de Soraya, ya que yo cogía otro bus cama nocturno con dirección a Jaisalmer y ella continuaba su camino hacia el sur.